MEDICINA
PARA EL CORAZÓN
Había una vez… si fuese la
típica historia de cuento de hadas, sería un buen comienzo… pero esta historia
no se trata de princesas, ni mucho menos de príncipes que llegan en carruajes, cuento
que ya lo sabemos de memoria, bueno… por
lo menos yo sí; crecí escuchando aquellas historias. Recuerdo que todas las
noches antes de dormir, escuchaba una diferente. No tengo una corona, pero me
llaman “príncipe”, mi madre lo hace
siempre. Aunque a veces me llama “bebe” o “mi amorcito” pero cuando está
enojada, simplemente me dice ¡JUAN DANIEL!
Esta historia se la dedico a
mi familia que ha superado lo que llaman “problemas”.
Está bien, no tengo la
suficiente edad ‘madura’ para explicar lo que significa vivir. De hecho paso
desapercibido, aun por esta sociedad. Pero sé lo que esa palabra quiere decir,
lo sé porque me ha tocado, lo que por ahí dicen: sobrevivir. Y ¿saben? Me
encanta esta palabra, la busqué en el diccionario y su significado es: Seguir vivo después de
un hecho o de un momento determinado, especialmente un peligro o una catástrofe
en el que se hubiese podido morir.
Y no es que literalmente
haya estado a punto de morir o quizá ¿sí?, simplemente son sucesos, son
emociones que han trascurrido toda mi vida; después de todo, hay que pararse... para seguir caminando,
¿no? Aunque, sobrevivir, también es una palabra que la he
escuchado varias veces de los labios de mi madre, una mujer fuerte pero a la
vez sensible, descortés pero a la vez amable, amigable pero a la vez
introvertida, comedida pero a la vez algo desconsiderada… en fin, una mujer con
ganas de salir a delante, pero por lo que oí hoy en la mañana, yo fui la culpa
de que dejara el colegio y por ende, su sueño de ir a la universidad. Ahora
creo entender que… si yo no hubiese llorado tanto como los niños vecinos de uno
y dos años, si no hubiese hecho tanta
pataleta para comer, o quizá hubiese hecho mis cosas, yo sólo… tal vez mi madre…
No saben cuánto me duele no
haberlo hecho. Pero, lo hecho ¡hecho esta!
Nunca quise ver a mi madre
llorar todas las noches por no ser una “profesional” tampoco entendía la razón,
el porqué mi madre, me pedía que la llame por su
nombre: Claudia. El hecho es que lo hizo porque en los lugares donde iba a
pedir trabajo, se lo negaban solo porque tenía un hijo. Y yo, como siempre
embarrándola. Diciéndole ¡mami quiero tal cosa!, ¡mami estoy cansado!, ¡mami
vámonos a casa! Ahora creo entender, no podía dejarme sólo en casa, era pequeño,
de hecho, demasiado pequeño para ir sólo al baño. ¡Oh! como me gustaría haber
nacido, sabiendo o entendiendo todas esas cosas, que le molestan a mamá, perdón,
a Claudia.
Bueno
en fin, un día me dolió mucho verla llorar y decir que no era una ‘profesional’,
palabra
que también busqué en el diccionario y cuyo significado dice: Dicho de una
persona: Que practica habitualmente una actividad de la cual vive. Pensaba
que había entendido perfectamente esa frase y si el significado “que realiza
siempre una actividad de la que vive, y no especifica cuál, por lo que entendí
que era cualquiera; bueno, a Claudia siempre la veo “grande” como mi ídolo,
dándome de comer, llevándome al baño, a veces a los parques y hasta cuándo vamos
juntos de compras; nunca olvida un dulce o un chocolate para mí; me agarra de
la mano, me hace reír, espera hasta que yo coma todo y entonces se levanta de
la mesa; mejor dicho, la pasamos juntos, el único memento en que nuestros
brazos se separan es la hora de dormir, Hora que he llegado a detestar desde
entonces. Si lo simplifico, diría que Claudia
es la mejor madre del mundo, diría que su “profesión” es hacerme feliz. Porque eso hace. Pero ese día… otra vez la
embarre, pues no hice más que hacer llorar a Claudia, cuando se lo manifesté.
Odio
también, cuando pelean Claudia y papá, cuando se gritan.
Aun
no entiendo a los adultos, ellos siempre me regañan por llorar (y Claudia lo
hace) y por gritar (y mi padre lo hace). Trato de comprender. Esa noche, era
una noche común y corriente hasta el momento, habían ocurrido cosas como de
costumbre: levantarme temprano, esperar que Claudia haga lo mismo mientras
contemplo su hermosura por pocos segundos, porque cuando siente que estoy cerca,
se despierta me da un beso en la mejilla y se levanta afirmando que se le hizo
tarde. ¿Tarde para qué? Si no la pasamos en casa, pero lo repite cada mañana
como si un minuto más para dormir sea una perdición de tiempo. A mi padre nunca
lo veo en las mañanas sale de la casa a la madrugada y ya llega en la noche. En
fin, me gusta mucho hacer lo que hace mi Claudia, arreglarse el cabello,
lavarse la cara, vestirse de shorts o de faldas, siempre le pedí alguna prenda
igual para vestirme similar, pero Claudia lo ignoraba. Nunca ha entendido cuanto
me gustaría ser como ella. Una persona admirable para mí vista.
Poco
después, desayunamos y mientras ella lee el periódico, yo imagino qué podría
ser en grande… tal vez un medico, un abogado o un ingeniero, al menos eso es lo
que Claudia y mi padre desearían. Yo cumpliría el sueño de mis padres y por lo
menos sonreirían de vez en vez; lo cumpliría dejando a un lado mi sueño de ser
artista y es que me veo como un Miguel Ángel, un genio en escultura, pintura, arquitectura e incluso ingeniería. De
verdad que era un ser inteligente. Vivió 89 años y fue famoso gracias a sus
magníficas obras. O un Alejandro Magno, un Ídolo
militar que a sus 20 años tomó el trono y durante muchos años nunca perdió una
sola batalla.
Quizá un, Leonardo Da Vinci, otro genio y
este gustaba de la pintura, ingeniería, arquitectura y otras artes y ciencias
muy interesantes.
En
fin estos artistas tienen algo, un no sé qué, que me llama la atención, tienen
una esencia de la que me gustaría experimentar, aunque lo sé la vida da tantos
giros que, quien sabe dónde irá a parar. Continuemos con, lo habitual de todos
los días, en las tardes Claudia se reúne con las vecinas a hacer algo de
costuras, charlan y beben café, sus charlas suelen ser aburridas más bien
inentendibles por eso las tardes las dedico a jugar, por supuesto sin
despegarme tanto de Claudia y observando siempre lo que hace, lo que dice, hay
días en los que oigo sus ocurrentes conversaciones. Claudia odia a papá, eso lo
tengo claro, cuando platica con sus amistades, le he escuchado decir que está
cansada de ese hombre gordo, calvo, dientón, borracho, mentiroso y bueno para
nada; que llega a casa a dormir y comer. Aunque yo lo describiría diferente,
algo así como: estresado, sí, pero por el trabajo, gordo también, pero feliz,
tiene una cara de satisfacción cuando come, me alegra verlo hacer eso, pues se
que eso le hace feliz, la comida. Y no la ‘pobre’ Claudia.
Aunque
se aborrezcan el uno al otro, yo siempre los querré. Cerca de la hora de la
cena, Papá llega a la casa, nos sentamos los tres a la mesa y empieza el
debate. Cada noche anhelo ver a mis
padres darse un beso, un abrazo o solo oírlos, hablarse bien. Pero entre mas
transcurren los días, las cosas peor se ponen.
Esa
noche, oí:
-
Llego a casa, y lo único que encuentro
es desorden, a voz llorando… y ese culicagado… (creo que se refería a mí. Si a
mí, porque no hay nadie más en la casa que deje regados los juguetes, juguetes
que él me regalo, y se supone que son para jugar, pero cuando venia así,
gritándonos o mejor dicho como dice mi mami, borracho lo único que me decía es
que los guarde y que los esconda donde él no los pueda volver a ver).
-
¡Siempre llegas borracho, y no traes ni
un peso, como quieres que siga viva! fueron las palabras de Claudia. Siempre
refiriéndose a la vida, la grandiosa vida, como si no fuese nada, como si no le
importara estar aquí, conmigo.
Ese
día no cruzaron más palabras, por el contrario paso algo que… bueno ya no
podría indicar que se tratara de un día común y corriente. ¡De hecho había
pasado a ser el peor día de mi vida! Papá, cerro la mano en forma de puño,
estiro su brazo de manera que topó la cara de Claudia, dejándola caer al suelo;
habían llegado muy lejos las peleas de cada noche, peleas que yo ya había
declarado parte de mis días, pero no así, no de esta forma. Como un hombre
varonil, podía hacer tal acto. Si a las mujeres no se las toca ni con el pétalo
de una rosa. ¿Qué hacer? Me encontraba entre el delirio y la veracidad.
Semejante espectáculo que me ha tocado ver, sin ser un gran director de cine,
aun. Como me hubiese gustado serlo y poder decir: “corte”.
Oírlos
decirse eso, me rompía el corazón y la verdad quería llorar. Pero esta vez no
quería hacer mal las cosas. No otra vez, como ya lo había venido haciendo. Así que, decidí hacerles un favor. Irme de
casa, llevarme mis juguetes, dejar de llorar. Tal vez dejen de gritarse y
entonces, tal vez Claudia, no llore más. En el fondo de mi corazón, es lo que deseo.
Recuerdo
que era una mañana fría y tormentosa, -10° C. era la temperatura, no se miraba
a casi nadie por la calle, la gente teme salir y aguantar frio. Yo siempre le
he tenido miedo a los rayos, ver como se ilumina el cielo, y cuando suena, me
da pavor. Pero eso, no iba a ser un impedimento para emprender mi viaje. ¡No
señor! Como dice mi padre, “hay que tener los pantalones puestos para salir
bajo esa lluvia”. ¡Y la verdad yo si los tengo bien puestos! Claudia me los
puso hoy en la mañana. Aunque bueno, sé que lo que quiso decir mi padre
significaba que hay que ser valiente, pero también lo soy. Mi único acompañante
y cómplice de esa aventura iba a ser el “señor Perry”, mi perro guardián,
guardián de todos mis sueños en las noches, guardián cuando apagan la luz de mi
enorme cuarto y guardián por aquellas sombras que de repente me asustan.
Como
cambian las cosas cuando creces, si aun durmiera con Claudia, no sentiría esa
sensación de terror ni mucho menos, aunque me avergüenza decirlo, orinaría mi
cama. De pequeño oía más palabras tiernas y de aprecio, ahora solo escucho
regaños y regaños.
Estaba
yo, ahí en la ventana de mi habitación, con mi maleta lista, Perry en mis manos
y un fuerte corazón para desafiar el mundo. Se suponía que lo iba a hacer por
el bien de mis padres; se suponía que no debería causarles más peleas; se
suponía también, que tenía que ir hasta la puerta, dar unos pasos fuera de casa
y emprender mi viaje. Se suponía que
estaría listo.
Pero
ocurrió algo inesperado… el
interrogatorio del porqué me gustaban tanto los artistas como Miguel Ángel,
Da-Vinci, Alejandro Magno o William
Shakespeare era una, tan solo una razón, que… Aparte
de ser artistas les gustaban los hombres. Si. Miguel
Ángel, por ejemplo, adornó la Capilla Sixtina con espléndidos desnudos
masculinos. Shakespeare, que cantó a su amado en sus versos. Alejandro Magno, se dice que su
amor más grande fue un hombre. Poco a poco me imagine totalmente como una
mujer, eso era lo que yo quería ser, que me traten delicadamente, que cepillen
mi cabello, cantar mil y una canción sin importar que no lo sepa hacer. Ser
como mi madre.
Ahora
me hago entender ¿porque me gustan tanto los cuentos de hadas?
Aunque
por fuera me digan príncipe, por dentro siempre seré una linda princesa: rubia,
de ojos, azules como el mar y enormes como el cielo; de
piel blanca y suave y contextura delgada para que caigan mis vestidos de
algodón. Y podría ser una gran pintora, ver el mundo de color purpura e
idealizar al hombre perfecto. Cada color significa una sabiduría, un placer de
sentimientos, así que sería la artista, destacada por pintar según el estado de
ánimo y según la necesidad del cliente. El azul por ejemplo, representa la paz,
la esperanza y refleja tranquilidad. El naranja es
el color de la confianza en sí mismo, simboliza el carácter de la existencia,
la voluntad de superar los cambios de la vida. El blanco es la unicidad
entre nosotros mismos, el total desprendimiento de nuestros temores. El amarillo es el tono del contacto de la vida. El
verde, su tonalidad es de un corazón iluminado, la creatividad. El púrpura
representa experiencias espirituales y nos proporciona fuerza mental. El rojo
es más bien, el color de alegría de la vida, de la fuerza vital.
Yo estaría, siempre vestida de blanco con
miles de colores encima que… ¿cómo decirlo? salpicando sobre mí, que demuestren
que soy una persona diferente con positivismo a la realidad. ¡No es artista el
que pinta, sino el que es capaz de hacer de su vida un arte! puede que nunca
llegue a ser lo que yo quiero ser, puede que sí, y puede que al final me gusten
las mujeres pero una vez mas lo pienso…
Estamos en un mundo delirante y escapamos del
destino. Que ocurra lo que tenga que ocurrir. Desperté de ese sueño mágico, con
una enorme sonrisa de mil colores en mi cara y no una cara triste de un mundo a
blanco y negro que me habría tocado enfrentar si saliese de mi casa a esa hora
de la madrugada... en mi mente retumbando ¡Qué
triste es tener 5 años más me valieran 70, pero esperare con paciencia a que
lleguen los 90!
Hoy quiero ser feliz con lo que soy y con lo que
tengo, dejare que el tiempo pase y que
el reloj corra. ¿Quien soy? No importa, Importa sonreír por lo que seré y será
el mañana el que me dirá qué. Por ahora
basta con decirle gracias a Claudia por ser mi inspiración de ser un niño
mejor. Y a Papá, por permitirme nacer, mentiras… a mi padre, por ser la razón
que despertó mi fuerza. Y estoy seguro que llegan ‘problemas’ que marcan la vida de la
persona, pero el mayor ‘problema’ de todos es
no saber aprovechar la existencia de uno mismo. Hay que vivir cada instante, cada segundo que
nos brinda la vida y disfrutarla máximo. Hay que hacer que cada instante, te
haga feliz, no se trata de vivir como si fuera el último día de tu vida, pero
por lo menos hacer lo que deseas. Sería estupendo que mis padres pensasen así,
pero me satisfago con que yo lo piense. Después de todo el mundo no va a
cambiar, si no empezamos a cambiar nosotros mismos.
Aun
con la vista sobre la calle mojada y la mañana fría, vi como mi padre se
alejaba de casa, ayudaba a una anciana a cruzar la calle y esperaba el autobús
en la esquina sin despegar la mirada de casa. Mirada que me refleja el amor hacia
su hogar. Pues si, en el fondo entendí que ese hombre al que Claudia llama
bueno para nada, era mi papá y siempre lo iba a ser, un papá es importante en
el hogar de una dulce familia. Corrí por el pasillo dirigiéndome como todas las
mañanas al cuarto de Claudia, a observarla antes de que despertara. Pero poco
antes de llegar a mi destino, sentí un fuerte dolor en mi pecho, y ya no se
trataba de tristezas. No señor. Había lagrimas en mi rostro, pero de felicidad,
quede tendido sobre el pasillo, y mi torpe ruido despertó de un salto a mi
Claudia… bueno eso ya no lo sé, porque al caer y cerrar mi ojos por el dolor,
no me hace recordar más. Supongo que en el instante nos dirigimos al hospital,
pues fue ahí donde desperté, según Claudia después de unos largos meses. Al
despertar a quien vi primero fue a Claudia, no, a papá, mejor dicho a los dos a
la vez, pues se encontraban abrazados cerca a la cama, en un pequeño sofá… pero
habían quedado completamente dormidos, supongo mientras me contemplaban
mientras dormía. Hacia mi derecha, en la mesita de noche había una carta que
decía:
Querido hijo:
Me bastó, unos segundos después de tu
pre infarto esa mañana fría, para estar segura que no quiero perder a un
grandioso hijo como tú, el doctor dice que tuviste un elevado estado de ánimo, quizá
esas tristezas que te dan, Pensé yo. Pero tu padre te vio desde la esquina con
una enorme sonrisa, tú estabas en la ventana y es por eso que aun no nos
explicamos tu accidente. Quiero que te recuperes pronto, tu papá y yo te amamos
queremos verte con nosotros todas las noches, no sabes cuanta falta nos has
hecho sobre todo a la hora de cenar, la única hora que compartíamos los tres.
Pero te aseguro que si vuelves serán muchas más. Me olvidaba decirte, él y yo
ya no peleamos, lo hacemos por ti, por tener una familia, un hogar, y por qué
nos dimos cuenta que nuestra felicidad esta en cada partecita de ti. Vuelve
pronto hijo, vuelve para empezar a construir tu futuro juntos.
ATT: Papá y mamá
Esas
palabras habían entrado a mi corazón como la mejor medicina, era volver a
nacer. Con esa carta estaba ya seguro de volver a decir mamá, de sonreír por
ver a mi familia y por estar indudablemente feliz de seguir vivo.