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9 de mayo de 2011

Cuento..


MEDICINA PARA EL CORAZÓN

Había una vez… si fuese la típica historia de cuento de hadas, sería un buen comienzo… pero esta historia no se trata de princesas, ni mucho menos de príncipes que llegan en carruajes, cuento que ya lo sabemos de memoria,  bueno… por lo menos yo sí; crecí escuchando aquellas historias. Recuerdo que todas las noches antes de dormir, escuchaba una diferente. No tengo una corona, pero me llaman “príncipe”,  mi madre lo hace siempre. Aunque a veces me llama “bebe” o “mi amorcito” pero cuando está enojada, simplemente me dice ¡JUAN DANIEL!
Esta historia se la dedico a mi familia que ha superado lo que llaman “problemas”.
Está bien, no tengo la suficiente edad ‘madura’ para explicar lo que significa vivir. De hecho paso desapercibido, aun por esta sociedad. Pero sé lo que esa palabra quiere decir, lo sé porque me ha tocado, lo que por ahí dicen: sobrevivir. Y ¿saben? Me encanta esta palabra, la busqué en el diccionario y su significado es: Seguir vivo después de un hecho o de un momento determinado, especialmente un peligro o una catástrofe en el que se hubiese podido morir.
Y no es que literalmente haya estado a punto de morir o quizá ¿sí?, simplemente son sucesos, son emociones que han trascurrido toda mi vida; después de todo, hay que pararse... para seguir caminando, ¿no? Aunque, sobrevivir, también es una palabra que la he escuchado varias veces de los labios de mi madre, una mujer fuerte pero a la vez sensible, descortés pero a la vez amable, amigable pero a la vez introvertida, comedida pero a la vez algo desconsiderada… en fin, una mujer con ganas de salir a delante, pero por lo que oí hoy en la mañana, yo fui la culpa de que dejara el colegio y por ende, su sueño de ir a la universidad. Ahora creo entender que… si yo no hubiese llorado tanto como los niños vecinos de uno  y dos años, si no hubiese hecho tanta pataleta para comer, o quizá hubiese hecho mis cosas, yo sólo… tal vez mi madre…
No saben cuánto me duele no haberlo hecho. Pero, lo hecho ¡hecho esta! 
Nunca quise ver a mi madre llorar todas las noches por no ser una “profesional” tampoco entendía la razón, el porqué mi madre, me pedía que la llame por su nombre: Claudia. El hecho es que lo hizo porque en los lugares donde iba a pedir trabajo, se lo negaban solo porque tenía un hijo. Y yo, como siempre embarrándola. Diciéndole ¡mami quiero tal cosa!, ¡mami estoy cansado!, ¡mami vámonos a casa! Ahora creo entender, no podía dejarme sólo en casa, era pequeño, de hecho, demasiado pequeño para ir sólo al baño. ¡Oh! como me gustaría haber nacido, sabiendo o entendiendo todas esas cosas, que le molestan a mamá, perdón, a Claudia.
Bueno en fin, un día me dolió mucho verla llorar y decir que no era una ‘profesional’, palabra que también busqué en el diccionario y cuyo significado dice: Dicho de una persona: Que practica habitualmente una actividad de la cual vive. Pensaba que había entendido perfectamente esa frase y si el significado “que realiza siempre una actividad de la que vive, y no especifica cuál, por lo que entendí que era cualquiera; bueno, a Claudia siempre la veo “grande” como mi ídolo, dándome de comer, llevándome al baño, a veces a los parques y hasta cuándo vamos juntos de compras; nunca olvida un dulce o un chocolate para mí; me agarra de la mano, me hace reír, espera hasta que yo coma todo y entonces se levanta de la mesa; mejor dicho, la pasamos juntos, el único memento en que nuestros brazos se separan es la hora de dormir, Hora que he llegado a detestar desde entonces.  Si lo simplifico, diría que Claudia es la mejor madre del mundo, diría que su “profesión” es hacerme feliz.  Porque eso hace. Pero ese día… otra vez la embarre, pues no hice más que hacer llorar a Claudia, cuando se lo manifesté.
Odio también, cuando pelean Claudia y papá, cuando se gritan. 
Aun no entiendo a los adultos, ellos siempre me regañan por llorar (y Claudia lo hace) y por gritar (y mi padre lo hace). Trato de comprender. Esa noche, era una noche común y corriente hasta el momento, habían ocurrido cosas como de costumbre: levantarme temprano, esperar que Claudia haga lo mismo mientras contemplo su hermosura por pocos segundos, porque cuando siente que estoy cerca, se despierta me da un beso en la mejilla y se levanta afirmando que se le hizo tarde. ¿Tarde para qué? Si no la pasamos en casa, pero lo repite cada mañana como si un minuto más para dormir sea una perdición de tiempo. A mi padre nunca lo veo en las mañanas sale de la casa a la madrugada y ya llega en la noche. En fin, me gusta mucho hacer lo que hace mi Claudia, arreglarse el cabello, lavarse la cara, vestirse de shorts o de faldas, siempre le pedí alguna prenda igual para vestirme similar, pero Claudia lo ignoraba. Nunca ha entendido cuanto me gustaría ser como ella. Una persona admirable para mí vista.
Poco después, desayunamos y mientras ella lee el periódico, yo imagino qué podría ser en grande… tal vez un medico, un abogado o un ingeniero, al menos eso es lo que Claudia y mi padre desearían. Yo cumpliría el sueño de mis padres y por lo menos sonreirían de vez en vez; lo cumpliría dejando a un lado mi sueño de ser artista y es que me veo como un Miguel Ángel, un genio en escultura, pintura, arquitectura e incluso ingeniería. De verdad que era un ser inteligente. Vivió 89 años y fue famoso gracias a sus magníficas obras. O un Alejandro Magno, un Ídolo militar que a sus 20 años tomó el trono y durante muchos años nunca perdió una sola batalla. Quizá un, Leonardo Da Vinci, otro genio y este gustaba de la pintura, ingeniería, arquitectura y otras artes y ciencias muy interesantes.
En fin estos artistas tienen algo, un no sé qué, que me llama la atención, tienen una esencia de la que me gustaría experimentar, aunque lo sé la vida da tantos giros que, quien sabe dónde irá a parar. Continuemos con, lo habitual de todos los días, en las tardes Claudia se reúne con las vecinas a hacer algo de costuras, charlan y beben café, sus charlas suelen ser aburridas más bien inentendibles por eso las tardes las dedico a jugar, por supuesto sin despegarme tanto de Claudia y observando siempre lo que hace, lo que dice, hay días en los que oigo sus ocurrentes conversaciones. Claudia odia a papá, eso lo tengo claro, cuando platica con sus amistades, le he escuchado decir que está cansada de ese hombre gordo, calvo, dientón, borracho, mentiroso y bueno para nada; que llega a casa a dormir y comer. Aunque yo lo describiría diferente, algo así como: estresado, sí, pero por el trabajo, gordo también, pero feliz, tiene una cara de satisfacción cuando come, me alegra verlo hacer eso, pues se que eso le hace feliz, la comida. Y no la ‘pobre’ Claudia.
Aunque se aborrezcan el uno al otro, yo siempre los querré. Cerca de la hora de la cena, Papá llega a la casa, nos sentamos los tres a la mesa y empieza el debate.  Cada noche anhelo ver a mis padres darse un beso, un abrazo o solo oírlos, hablarse bien. Pero entre mas transcurren los días, las cosas peor se ponen.
Esa noche, oí:  
-        Llego a casa, y lo único que encuentro es desorden, a voz llorando… y ese culicagado… (creo que se refería a mí. Si a mí, porque no hay nadie más en la casa que deje regados los juguetes, juguetes que él me regalo, y se supone que son para jugar, pero cuando venia así, gritándonos o mejor dicho como dice mi mami, borracho lo único que me decía es que los guarde y que los esconda donde él no los pueda volver a ver).

-        ¡Siempre llegas borracho, y no traes ni un peso, como quieres que siga viva! fueron las palabras de Claudia. Siempre refiriéndose a la vida, la grandiosa vida, como si no fuese nada, como si no le importara estar aquí, conmigo.

Ese día no cruzaron más palabras, por el contrario paso algo que… bueno ya no podría indicar que se tratara de un día común y corriente. ¡De hecho había pasado a ser el peor día de mi vida! Papá, cerro la mano en forma de puño, estiro su brazo de manera que topó la cara de Claudia, dejándola caer al suelo; habían llegado muy lejos las peleas de cada noche, peleas que yo ya había declarado parte de mis días, pero no así, no de esta forma. Como un hombre varonil, podía hacer tal acto. Si a las mujeres no se las toca ni con el pétalo de una rosa. ¿Qué hacer? Me encontraba entre el delirio y la veracidad. Semejante espectáculo que me ha tocado ver, sin ser un gran director de cine, aun. Como me hubiese gustado serlo y poder decir: “corte”.
Oírlos decirse eso, me rompía el corazón y la verdad quería llorar. Pero esta vez no quería hacer mal las cosas. No otra vez, como ya lo había venido haciendo.  Así que, decidí hacerles un favor. Irme de casa, llevarme mis juguetes, dejar de llorar. Tal vez dejen de gritarse y entonces, tal vez Claudia, no llore más. En el fondo de mi corazón, es lo que deseo.
Recuerdo que era una mañana fría y tormentosa, -10° C. era la temperatura, no se miraba a casi nadie por la calle, la gente teme salir y aguantar frio. Yo siempre le he tenido miedo a los rayos, ver como se ilumina el cielo, y cuando suena, me da pavor. Pero eso, no iba a ser un impedimento para emprender mi viaje. ¡No señor! Como dice mi padre, “hay que tener los pantalones puestos para salir bajo esa lluvia”. ¡Y la verdad yo si los tengo bien puestos! Claudia me los puso hoy en la mañana. Aunque bueno, sé que lo que quiso decir mi padre significaba que hay que ser valiente, pero también lo soy. Mi único acompañante y cómplice de esa aventura iba a ser el “señor Perry”, mi perro guardián, guardián de todos mis sueños en las noches, guardián cuando apagan la luz de mi enorme cuarto y guardián por aquellas sombras que de repente me asustan.
Como cambian las cosas cuando creces, si aun durmiera con Claudia, no sentiría esa sensación de terror ni mucho menos, aunque me avergüenza decirlo, orinaría mi cama. De pequeño oía más palabras tiernas y de aprecio, ahora solo escucho regaños y regaños.
Estaba yo, ahí en la ventana de mi habitación, con mi maleta lista, Perry en mis manos y un fuerte corazón para desafiar el mundo. Se suponía que lo iba a hacer por el bien de mis padres; se suponía que no debería causarles más peleas; se suponía también, que tenía que ir hasta la puerta, dar unos pasos fuera de casa y emprender mi viaje.  Se suponía que estaría listo.
Pero ocurrió algo inesperado…  el interrogatorio del porqué me gustaban tanto los artistas como Miguel Ángel, Da-Vinci, Alejandro Magno o William Shakespeare era una, tan solo una razón, que… Aparte de ser artistas les gustaban los hombres. Si. Miguel Ángel, por ejemplo, adornó la Capilla Sixtina con espléndidos desnudos masculinos. Shakespeare, que cantó a su amado en sus versos. Alejandro Magno, se dice que su amor más grande fue un hombre. Poco a poco me imagine totalmente como una mujer, eso era lo que yo quería ser, que me traten delicadamente, que cepillen mi cabello, cantar mil y una canción sin importar que no lo sepa hacer. Ser como mi madre.
Ahora me hago entender ¿porque me gustan tanto los cuentos de hadas?
Aunque por fuera me digan príncipe, por dentro siempre seré una linda princesa: rubia, de ojos, azules como el mar y enormes como el cielo; de piel blanca y suave y contextura delgada para que caigan mis vestidos de algodón. Y podría ser una gran pintora, ver el mundo de color purpura e idealizar al hombre perfecto. Cada color significa una sabiduría, un placer de sentimientos, así que sería la artista, destacada por pintar según el estado de ánimo y según la necesidad del cliente. El azul por ejemplo, representa la paz, la esperanza y refleja tranquilidad. El naranja es el color de la confianza en sí mismo, simboliza el carácter de la existencia, la voluntad de superar los cambios de la vida. El blanco es la unicidad entre nosotros mismos, el total desprendimiento de nuestros temores. El amarillo es el tono del contacto de la vida. El verde, su tonalidad es de un corazón iluminado, la creatividad. El púrpura representa experiencias espirituales y nos proporciona fuerza mental. El rojo es más bien, el color de alegría de la vida, de la fuerza vital. 
Yo estaría, siempre vestida de blanco con miles de colores encima que… ¿cómo decirlo? salpicando sobre mí, que demuestren que soy una persona diferente con positivismo a la realidad. ¡No es artista el que pinta, sino el que es capaz de hacer de su vida un arte! puede que nunca llegue a ser lo que yo quiero ser, puede que sí, y puede que al final me gusten las mujeres pero una vez mas lo pienso…
Estamos en un mundo delirante y escapamos del destino. Que ocurra lo que tenga que ocurrir. Desperté de ese sueño mágico, con una enorme sonrisa de mil colores en mi cara y no una cara triste de un mundo a blanco y negro que me habría tocado enfrentar si saliese de mi casa a esa hora de la madrugada... en mi mente retumbando ¡Qué triste es tener 5 años más me valieran 70, pero esperare con paciencia a que lleguen los 90!
Hoy quiero ser feliz con lo que soy y con lo que tengo, dejare que el tiempo pase  y que el reloj corra. ¿Quien soy? No importa, Importa sonreír por lo que seré y será el mañana el que me dirá qué.  Por ahora basta con decirle gracias a Claudia por ser mi inspiración de ser un niño mejor. Y a Papá, por permitirme nacer, mentiras… a mi padre, por ser la razón que despertó mi fuerza. Y estoy seguro que llegan ‘problemas’ que marcan la vida de la persona, pero el mayor ‘problema’ de todos es no saber aprovechar la existencia de uno mismo. Hay que vivir cada instante, cada segundo que nos brinda la vida y disfrutarla máximo. Hay que hacer que cada instante, te haga feliz, no se trata de vivir como si fuera el último día de tu vida, pero por lo menos hacer lo que deseas. Sería estupendo que mis padres pensasen así, pero me satisfago con que yo lo piense. Después de todo el mundo no va a cambiar, si no empezamos a cambiar nosotros mismos.
Aun con la vista sobre la calle mojada y la mañana fría, vi como mi padre se alejaba de casa, ayudaba a una anciana a cruzar la calle y esperaba el autobús en la esquina sin despegar la mirada de casa. Mirada que me refleja el amor hacia su hogar. Pues si, en el fondo entendí que ese hombre al que Claudia llama bueno para nada, era mi papá y siempre lo iba a ser, un papá es importante en el hogar de una dulce familia. Corrí por el pasillo dirigiéndome como todas las mañanas al cuarto de Claudia, a observarla antes de que despertara. Pero poco antes de llegar a mi destino, sentí un fuerte dolor en mi pecho, y ya no se trataba de tristezas. No señor. Había lagrimas en mi rostro, pero de felicidad, quede tendido sobre el pasillo, y mi torpe ruido despertó de un salto a mi Claudia… bueno eso ya no lo sé, porque al caer y cerrar mi ojos por el dolor, no me hace recordar más. Supongo que en el instante nos dirigimos al hospital, pues fue ahí donde desperté, según Claudia después de unos largos meses. Al despertar a quien vi primero fue a Claudia, no, a papá, mejor dicho a los dos a la vez, pues se encontraban abrazados cerca a la cama, en un pequeño sofá… pero habían quedado completamente dormidos, supongo mientras me contemplaban mientras dormía. Hacia mi derecha, en la mesita de noche había una carta que decía:

Querido hijo:
Me bastó, unos segundos después de tu pre infarto esa mañana fría, para estar segura que no quiero perder a un grandioso hijo como tú, el doctor dice que tuviste un elevado estado de ánimo, quizá esas tristezas que te dan, Pensé yo. Pero tu padre te vio desde la esquina con una enorme sonrisa, tú estabas en la ventana y es por eso que aun no nos explicamos tu accidente. Quiero que te recuperes pronto, tu papá y yo te amamos queremos verte con nosotros todas las noches, no sabes cuanta falta nos has hecho sobre todo a la hora de cenar, la única hora que compartíamos los tres. Pero te aseguro que si vuelves serán muchas más. Me olvidaba decirte, él y yo ya no peleamos, lo hacemos por ti, por tener una familia, un hogar, y por qué nos dimos cuenta que nuestra felicidad esta en cada partecita de ti. Vuelve pronto hijo, vuelve para empezar a construir tu futuro juntos.
ATT: Papá y mamá  

Esas palabras habían entrado a mi corazón como la mejor medicina, era volver a nacer. Con esa carta estaba ya seguro de volver a decir mamá, de sonreír por ver a mi familia y por estar indudablemente feliz de seguir vivo.